Al empezar a leer el artículo "El arte como artificio" de Shklovski no sabía el significado de la palabra artificio, entonces acudí rápidamente a la RAE, ahí encontré la siguiente definición: “Predominio de la elaboración artística sobre la naturalidad.” Lo que se puede interpretar como la naturaleza subordinada ante el trabajo artístico, al menos en la obra de arte.
A Shklovski le viene muy bien esa entrada ya que en su hipótesis planteó que la realidad sucede siempre de manera automática para las personas, quienes no se dan cuenta de lo que hay a su alrededor porque su vida no es percibida de manera consciente, sino inconsciente, esto provoca que los hombres no se den cuenta de que viven. Para hacer que sí se den cuenta, lo que se debe hacer es un proceso de desautomatización, o sea, hacer que la vida no transcurra de manera automática. El arte sirve de mucho para este fin dado que es capaz de singularizar los elementos de la experiencia diaria y mejorarlos. Explico, los árboles comúnmente son vistos, pero no se tienen en cuenta porque nadie los aprecia de manera consciente hasta que los ve a través del arte, lo mismo sucede con el sol, la calle, las hormigas o la tarde. Por ejemplo cada vez que atardece yo recuerdo los versos de Alfonsina Storni “Oh, silencio, silencio... esta tarde es la tarde/ En que la sangre mía ya no corre ni arde.”
Entonces, tomando la definición de la RAE se puede decir que el título de Shklovski dice “El arte como trabajo artístico que subordina a la naturaleza” yo no creo que el arte subordine a la naturaleza, sino que se vale de ella para sus fines de desautomatización. Con el objetivo de aclarar haré el siguiente esquema:
Espectador - Arte / desautomatización - Naturaleza
Por lo tanto, el arte es el proceso mediante el cual la naturaleza (o realidad) se transforma hasta convertirse en algo muy particular que ningún espectador pasará por alto y al no hacerlo sentirá que vive.
domingo, 11 de octubre de 2009
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Etiquetas: Theos
martes, 22 de septiembre de 2009
Madrigal
No sé dónde encontrar a la mía Bella
¿En la esfera nocturna
O en la planicie diurna?
Desconozco el lugar buscando della
La andanza y la fortuna
Con alas anchas de máxima estrella.
Mas no te hallo en el madrigal, mi Bella
Porque eres tú sólo una
Mujer escondida que a mi alma mella.
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Etiquetas: verso
lunes, 21 de septiembre de 2009
1814
Cuando entras a la estación del tren lo primero que ves es una fotografía en tonos sepia en la que se notan claramente tres personas. En primer plano y cargado hacia la derecha aparece con el ceño fruncido, como si algo no estuviera funcionando, el Sr. Travithick, quien después de haber inventado el ferrocarril se dedicó a hacerse rico con él. En la imagen parece ser muy gruñón, su dedo índice de la mano izquierda está apuntando a una vieja lámpara de petróleo, que aparentemente no tiene nada, pero que en realidad si la miras bien notarás tres manchitas guindas que seguramente eran las causantes de la molestia del Sr. Travithick. Junto a su pie derecho se ve un ratón que parece haber posado para la fotografía porque su rostro guarda una emoción muy particular, o será la tendencia que tienen los hombres de humanizar todo. Lo importante es que el roedor está sobre un trozo de papel que tiene unos borrosos versos manuscritos y una fecha de 1814.
El candil que causa tanto enojo a Travithick se ubica justo sobre la cabeza de Stephenson, un joven ingeniero que revolucionó la industria ferroviaria con su modelo “Rocket”, que era capaz de cruzar toda Inglaterra en cinco días, tres menos que el inventado por su maestro Travithick. El joven se encuentra muy ocupado sentado en un escritorio que soporta una máquina de escribir, unos sobres postales sellados y un quinqué prendido porque la lámpara de petróleo no sirve. Stephenson, a pesar de la corta edad que tenía en el momento de la captura, se ha quedado calvo, su mano izquierda sostiene pensativamente su gran frente, mientras que con la derecha escribe en unas hojas que de seguro transcribirá en la máquina. Atrás de él hay otra fotografía o pintura, probablemente sea el retrato de la hija de Travithick, entonces futura esposa de Stephenson. Ella fue quien le robó los planos a su papá para dárselos a su marido, y así consumar la traición que casi siempre ocurre entre alumno y maestro, a esa deslealtad le debemos la invención del siglo, el ya mencionado “Rocket”.
A la izquierda del cuadro hay una ventana que nos ofrece un panorama histórico: un gran reloj que ha detenido su manecilla chica en el cinco y la grande en el doce. Exactamente las diecisiete horas, lo que nos dice que a lo mejor cuando fue tomada la fotografía era invierno porque el quinqué de Stephenson se encuentra prendido o que el despacho de Travithick era muy oscuro. Volviendo al exterior puedes ver a un joven llamado Jorge Eduardo, cuyo nombre se sabe porque está escrito al reverso de la fotografía, tocando una campana que avisa la próxima salida del tren. Este es un panorama histórico ya que si contamos los años que han pasado desde que se reveló la fotografía podemos notar que el expreso de las cinco de la tarde ha sido el más concurrido desde entonces debido a que en la imagen se aprecia una gran fila de diminutas personas empujándose para poder entrar.
La fotografía crea un efecto extraño en los espectadores, por alguna razón cuando la miran, la mayoría de las personas se concentra en Jorge Eduardo o en el ratón. Es que ellos son los únicos que están viendo hacia adelante, son lo malos actores que se preocupan demasiado de su público, además son los menos importantes de la imagen.
El ratón perteneció a una plaga que azotó Inglaterra entre los años 1813 y 1815. Si el papel que pisa tiene escrito el año de entonces, no hay razón que invalide el motivo de su presencia. Un buen observador notará que la segunda línea de los versos dice “con la que un nuevo afán he comenzado”, la tercera “escribo sin cesar al hombre amado” y con toda claridad la cuarta y la quinta “sin esperar moneda ni comida.” “Por pago yo tengo darle cabida”. Al analizar los versos sabrás que son endecasílabos que seguramente no son de origen inglés, pero sí español y el único hispano de la foto es Jorge Eduardo.
En el contorno del reloj se puede leer, apenas con lupa, “¿Será que el ajetreo permanente no me permite salir de este lodo?” al mirar ese mismo reloj, pero ya en la actualidad, te sorprenderás porque no hay nada escrito en él, lo cual sugiere dos teorías: que alguien puso esas letras antes de la captura o que el fotógrafo después de revelar su foto escribió sobre ella, esto es altamente refutable por la gran caligrafía con que se lee.
Estos hallazgos versales invitan a buscar a por toda la imagen más palabras. Partiendo del sentido común volteamos hacia el escritorio donde se guardan “las nuevas sobre un papel perfumado”. Como le decía Jorge Eduardo a Stephenson cuando recibía cartas de su mujer, lo cual está consignado en el diario de la esposa. Creer que un joven mozo ha preparado todo para esconder unos versos es muy aventurado, sin embargo se dice que Jorge Eduardo era un excelente poeta porque siempre se le veía cantando las obras de Garcilaso o Boscán. Además una de sus labores más importantes era escribir cartas que los amates no podían, ya sea por pena o por incapacidad.
Al subir miras la lámpara de petróleo sangrando, con unas líneas difusas que incitan a leer “capaz de resanar cualquier herida”. Y al bajar en la misma dirección de las gotitas que tanta molestia causan a Travithick, vemos claramente el título del retrato de la hija “Al amor que ansioso ha esperado”. Atando cabos es fácil darse cuenta que todos los posibles versos tienen rima “ado” o “ida”, menos el misterioso texto escrito en el reloj que termina en “odo”.
Sólo existen tres evidencias que prueban la existencia de Jorge
Eduardo: esta fotografía, el diario y la nota que dejó en el escritorio de Travithick cuando se fue. Su pérdida no fue muy relevante, pero ahora todo cobra importancia con los hallazgos de la foto. La nota decía “Mas no me integro nunca a esta gente la que sin pesar me ha dado todo. Algo le falta a la mía mente que no encuentro en ellos de ningún modo”.
Esta despedida es muy lacónica y ridícula si se le considera de manera aislada, no obstante Jorge Eduardo al parecer unió todo en los elementos que le dan vida: la fotografía, el diario y la nota.
Al hacer un estudio de todas las palabras y la musicalidad de las mismas, se pueden armar trece versos de once sílabas muy bien rimados, pero faltaría uno para completar el posible soneto que presuntamente Jorge Eduardo escribió, para lo cual es necesario ir de nuevo a la estación y fijarse en el título de la fotografía “Grata es la compañía desta vida”, entonces iniciar la lectura que define o encarna a Jorge Eduardo.
Grata es la compañía desta vida
Con la que un nuevo afán he comenzado
Escribo sin cesar al hombre amado
Sin esperar moneda ni comida
Por pago yo tengo darle cabida
Al amor que ansioso ha esperado
Las nuevas sobre un papel perfumado
Capaz de resanar cualquier herida
Mas no me integro nunca a esta gente
La que sin pesar me ha dado todo
Algo le falta a la mía mente
Que no encuentro en ellos de ningún modo
¿Será que el ajetreo permanente
No me permite salir deste lodo?
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Vida amorosa
Ocurren dos cosas: la mujer se encuentra en su periodo menstrual, por lo cual su conducta, no solamente sexual, cambia. Resulta muy molesto lidiar con ella en esta circunstancia porque es sumamente intransigente, pero lo peor de todo es que se siente con derecho de serlo. “Henry, tráeme agua. ¿Por qué no le pusiste hielo, no te das cuenta de que me muero con este calor? ¿Tantos? No, quítale unos cuantos cubos, quieres matarme con semejante cambio de temperatura”.
Y el sentimentalismo es peor, me molesta mucho, aunque casi no me afecta. Sólo escucho desde la cocina, o cualquier otro lugar donde me halle, su agudísima voz de pito con la que pregunta a Jacob si cree que es bonita. Supongo que, como casi siempre, el marido dirá que sí. Desde acá noto cómo después de la respuesta afirmativa del hombre se empiezan a besar, a tocar, a desnudar, y así, el mismo ritual de cada mes.
Gracias a la luna, la fémina adquiere un alto apetito sexual, únicamente en esta temporada le es imperante estar sobre las sábanas blancas de algodón disfrutando la compañía de un hombre desnudo a su lado. Jacob nunca había manifestado descontento por tener 28 días de abstinencia, pues sabía que la recompensa siempre llegaba a tiempo para brindarle placer. Pero hoy no fue así, la sangre que acompaña a la menstruación le dio un asco sólo comparable con la repugnancia que siente Dios cuando voltea a ver el mundo. No sin cierta justificación, claro, es que este tipo de sangre no es tan líquida como la de una hemorragia nasal, al contrario, es muy espesa, tiene como carnita vaginal, pienso yo.
Jacob necesitaba solucionar este problema para volver a tener una vida sexual feliz, por lo cual se dio a la tarea de buscar algún método para que la hemoglobina no le afectara tanto. El primero que encontró fue el más obvio: taparse los ojos con una venda. Parecía una solución práctica, si no veía la sangre todo transcurría perfectamente bien, además la ceguera se presta para toda clase de ludo terapia erótica. A la hora del coito la mezcla de sudor y crúor produjo un sentimiento de éxtasis eléctrico en las piernas de la dama que llegó hasta los dedos de sus pies, con Jacob ocurrió todo lo contrario, sus desagrado se convirtió en un coitus interruptus, cuyo resultado final fue de molestia en ella y de abatimiento tanto moral como físico en él.
Era penoso ver a Jacob incapaz de hacerle el amor a su esposa, mas peor era la desesperación que lo llevaba a hacer público lo privado; me contó detalle a detalle todo su problema. Inmediatamente recordé un artículo que leí en la universidad, donde se explicaba cómo usar esponjitas vegetales intravaginales para frenar la sangre de la regla. Le expliqué que se podían lavar o rehusar, éste era un procedimiento altamente ecológico. El resto lo añadió él: sexo anal y sin sangre.
La mujer tenía una libido altísima, por lo tanto su marido no tardó nada en convencerla sobre la nueva manera como harían el amor. Todo estaba dispuesto, las esponjitas, la cama y el ánimo para que la experimentación fuera llevada por la necesidad. Entonces empezaron las dificultades, Jacob, a pesar de sus esfuerzos y de todas las terminaciones nerviosas que existen en el recto, no podía satisfacer a su esposa. Quizá ignoraba que a ella le gustaba la penetración de abajo para arriba, no de forma horizontal como él lo hacía, sino apenas formando una diagonal de aproximadamente veinte grados de inclinación. La excitación de Jacob era magna, mientras que la de su señora era lamentable. En el aire impregnado de aromas propios se advertía la decepción.
Los días pasaban, y con ellos el ciclo menstrual, esto significaba que el deseo carnal de la mujer se apagaría pronto, pero aún era ella una hoja decidida a volar en el mismo sentido que sólo el viento placentero de la piel puede brindar. Jacob debía darse prisa, sin embargo no lo hacía, ya había preferido mentalizarse para que el siguiente mes desapareciera el asco provocador de la insatisfactoria penetración anal.
Yo estaba en una recámara mirando la tele cuando vi un anuncio de condones texturizados, “igual de seguros, pero cosquilludos” según la guapa modelo que aparecía en el comercial. Rápidamente informé a Jacob sobre este nuevo producto que llegaba a la casa a combatir la resignación de mi señor, si él no satisface a su mujer que lo haga el látex.
La segunda cosa que ocurre es que me encuentro en la puerta de la alcoba matrimonial observando desde el hueco de la cerradura cómo la mujer le pone el condón a Jacob, a la par que se prepara para el acto sexual. Se nota que los dos están muy ansiosos por usar este nuevo elemento que introduje en su relación con el objetivo de hacerla más agradable. Al mismo tiempo escribo en mi libreta de apuntes todo lo que veo para que la próxima semana, cuando ya todo esté más tranquilo, les explique a la hora del café, en qué fallaron o en qué acertaron. Con esta finalidad fui contratado, con la finalidad de mejorar su vida amorosa.
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Etiquetas: Prosa