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lunes, 21 de septiembre de 2009

1814

Cuando entras a la estación del tren lo primero que ves es una fotografía en tonos sepia en la que se notan claramente tres personas. En primer plano y cargado hacia la derecha aparece con el ceño fruncido, como si algo no estuviera funcionando, el Sr. Travithick, quien después de haber inventado el ferrocarril se dedicó a hacerse rico con él. En la imagen parece ser muy gruñón, su dedo índice de la mano izquierda está apuntando a una vieja lámpara de petróleo, que aparentemente no tiene nada, pero que en realidad si la miras bien notarás tres manchitas guindas que seguramente eran las causantes de la molestia del Sr. Travithick. Junto a su pie derecho se ve un ratón que parece haber posado para la fotografía porque su rostro guarda una emoción muy particular, o será la tendencia que tienen los hombres de humanizar todo. Lo importante es que el roedor está sobre un trozo de papel que tiene unos borrosos versos manuscritos y una fecha de 1814.

El candil que causa tanto enojo a Travithick se ubica justo sobre la cabeza de Stephenson, un joven ingeniero que revolucionó la industria ferroviaria con su modelo “Rocket”, que era capaz de cruzar toda Inglaterra en cinco días, tres menos que el inventado por su maestro Travithick. El joven se encuentra muy ocupado sentado en un escritorio que soporta una máquina de escribir, unos sobres postales sellados y un quinqué prendido porque la lámpara de petróleo no sirve. Stephenson, a pesar de la corta edad que tenía en el momento de la captura, se ha quedado calvo, su mano izquierda sostiene pensativamente su gran frente, mientras que con la derecha escribe en unas hojas que de seguro transcribirá en la máquina. Atrás de él hay otra fotografía o pintura, probablemente sea el retrato de la hija de Travithick, entonces futura esposa de Stephenson. Ella fue quien le robó los planos a su papá para dárselos a su marido, y así consumar la traición que casi siempre ocurre entre alumno y maestro, a esa deslealtad le debemos la invención del siglo, el ya mencionado “Rocket”.



A la izquierda del cuadro hay una ventana que nos ofrece un panorama histórico: un gran reloj que ha detenido su manecilla chica en el cinco y la grande en el doce. Exactamente las diecisiete horas, lo que nos dice que a lo mejor cuando fue tomada la fotografía era invierno porque el quinqué de Stephenson se encuentra prendido o que el despacho de Travithick era muy oscuro. Volviendo al exterior puedes ver a un joven llamado Jorge Eduardo, cuyo nombre se sabe porque está escrito al reverso de la fotografía, tocando una campana que avisa la próxima salida del tren. Este es un panorama histórico ya que si contamos los años que han pasado desde que se reveló la fotografía podemos notar que el expreso de las cinco de la tarde ha sido el más concurrido desde entonces debido a que en la imagen se aprecia una gran fila de diminutas personas empujándose para poder entrar.

La fotografía crea un efecto extraño en los espectadores, por alguna razón cuando la miran, la mayoría de las personas se concentra en Jorge Eduardo o en el ratón. Es que ellos son los únicos que están viendo hacia adelante, son lo malos actores que se preocupan demasiado de su público, además son los menos importantes de la imagen.
El ratón perteneció a una plaga que azotó Inglaterra entre los años 1813 y 1815. Si el papel que pisa tiene escrito el año de entonces, no hay razón que invalide el motivo de su presencia. Un buen observador notará que la segunda línea de los versos dice “con la que un nuevo afán he comenzado”, la tercera “escribo sin cesar al hombre amado” y con toda claridad la cuarta y la quinta “sin esperar moneda ni comida.” “Por pago yo tengo darle cabida”. Al analizar los versos sabrás que son endecasílabos que seguramente no son de origen inglés, pero sí español y el único hispano de la foto es Jorge Eduardo.

En el contorno del reloj se puede leer, apenas con lupa, “¿Será que el ajetreo permanente no me permite salir de este lodo?” al mirar ese mismo reloj, pero ya en la actualidad, te sorprenderás porque no hay nada escrito en él, lo cual sugiere dos teorías: que alguien puso esas letras antes de la captura o que el fotógrafo después de revelar su foto escribió sobre ella, esto es altamente refutable por la gran caligrafía con que se lee.

Estos hallazgos versales invitan a buscar a por toda la imagen más palabras. Partiendo del sentido común volteamos hacia el escritorio donde se guardan “las nuevas sobre un papel perfumado”. Como le decía Jorge Eduardo a Stephenson cuando recibía cartas de su mujer, lo cual está consignado en el diario de la esposa. Creer que un joven mozo ha preparado todo para esconder unos versos es muy aventurado, sin embargo se dice que Jorge Eduardo era un excelente poeta porque siempre se le veía cantando las obras de Garcilaso o Boscán. Además una de sus labores más importantes era escribir cartas que los amates no podían, ya sea por pena o por incapacidad.



Al subir miras la lámpara de petróleo sangrando, con unas líneas difusas que incitan a leer “capaz de resanar cualquier herida”. Y al bajar en la misma dirección de las gotitas que tanta molestia causan a Travithick, vemos claramente el título del retrato de la hija “Al amor que ansioso ha esperado”. Atando cabos es fácil darse cuenta que todos los posibles versos tienen rima “ado” o “ida”, menos el misterioso texto escrito en el reloj que termina en “odo”.

Sólo existen tres evidencias que prueban la existencia de Jorge
Eduardo: esta fotografía, el diario y la nota que dejó en el escritorio de Travithick cuando se fue. Su pérdida no fue muy relevante, pero ahora todo cobra importancia con los hallazgos de la foto. La nota decía “Mas no me integro nunca a esta gente la que sin pesar me ha dado todo. Algo le falta a la mía mente que no encuentro en ellos de ningún modo”.

Esta despedida es muy lacónica y ridícula si se le considera de manera aislada, no obstante Jorge Eduardo al parecer unió todo en los elementos que le dan vida: la fotografía, el diario y la nota.

Al hacer un estudio de todas las palabras y la musicalidad de las mismas, se pueden armar trece versos de once sílabas muy bien rimados, pero faltaría uno para completar el posible soneto que presuntamente Jorge Eduardo escribió, para lo cual es necesario ir de nuevo a la estación y fijarse en el título de la fotografía “Grata es la compañía desta vida”, entonces iniciar la lectura que define o encarna a Jorge Eduardo.


Grata es la compañía desta vida
Con la que un nuevo afán he comenzado
Escribo sin cesar al hombre amado
Sin esperar moneda ni comida
Por pago yo tengo darle cabida
Al amor que ansioso ha esperado
Las nuevas sobre un papel perfumado
Capaz de resanar cualquier herida
Mas no me integro nunca a esta gente
La que sin pesar me ha dado todo
Algo le falta a la mía mente
Que no encuentro en ellos de ningún modo
¿Será que el ajetreo permanente
No me permite salir deste lodo?

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