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lunes, 21 de septiembre de 2009

Vida amorosa

Ocurren dos cosas: la mujer se encuentra en su periodo menstrual, por lo cual su conducta, no solamente sexual, cambia. Resulta muy molesto lidiar con ella en esta circunstancia porque es sumamente intransigente, pero lo peor de todo es que se siente con derecho de serlo. “Henry, tráeme agua. ¿Por qué no le pusiste hielo, no te das cuenta de que me muero con este calor? ¿Tantos? No, quítale unos cuantos cubos, quieres matarme con semejante cambio de temperatura”.

Y el sentimentalismo es peor, me molesta mucho, aunque casi no me afecta. Sólo escucho desde la cocina, o cualquier otro lugar donde me halle, su agudísima voz de pito con la que pregunta a Jacob si cree que es bonita. Supongo que, como casi siempre, el marido dirá que sí. Desde acá noto cómo después de la respuesta afirmativa del hombre se empiezan a besar, a tocar, a desnudar, y así, el mismo ritual de cada mes.



Gracias a la luna, la fémina adquiere un alto apetito sexual, únicamente en esta temporada le es imperante estar sobre las sábanas blancas de algodón disfrutando la compañía de un hombre desnudo a su lado. Jacob nunca había manifestado descontento por tener 28 días de abstinencia, pues sabía que la recompensa siempre llegaba a tiempo para brindarle placer. Pero hoy no fue así, la sangre que acompaña a la menstruación le dio un asco sólo comparable con la repugnancia que siente Dios cuando voltea a ver el mundo. No sin cierta justificación, claro, es que este tipo de sangre no es tan líquida como la de una hemorragia nasal, al contrario, es muy espesa, tiene como carnita vaginal, pienso yo.

Jacob necesitaba solucionar este problema para volver a tener una vida sexual feliz, por lo cual se dio a la tarea de buscar algún método para que la hemoglobina no le afectara tanto. El primero que encontró fue el más obvio: taparse los ojos con una venda. Parecía una solución práctica, si no veía la sangre todo transcurría perfectamente bien, además la ceguera se presta para toda clase de ludo terapia erótica. A la hora del coito la mezcla de sudor y crúor produjo un sentimiento de éxtasis eléctrico en las piernas de la dama que llegó hasta los dedos de sus pies, con Jacob ocurrió todo lo contrario, sus desagrado se convirtió en un coitus interruptus, cuyo resultado final fue de molestia en ella y de abatimiento tanto moral como físico en él.

Era penoso ver a Jacob incapaz de hacerle el amor a su esposa, mas peor era la desesperación que lo llevaba a hacer público lo privado; me contó detalle a detalle todo su problema. Inmediatamente recordé un artículo que leí en la universidad, donde se explicaba cómo usar esponjitas vegetales intravaginales para frenar la sangre de la regla. Le expliqué que se podían lavar o rehusar, éste era un procedimiento altamente ecológico. El resto lo añadió él: sexo anal y sin sangre.

La mujer tenía una libido altísima, por lo tanto su marido no tardó nada en convencerla sobre la nueva manera como harían el amor. Todo estaba dispuesto, las esponjitas, la cama y el ánimo para que la experimentación fuera llevada por la necesidad. Entonces empezaron las dificultades, Jacob, a pesar de sus esfuerzos y de todas las terminaciones nerviosas que existen en el recto, no podía satisfacer a su esposa. Quizá ignoraba que a ella le gustaba la penetración de abajo para arriba, no de forma horizontal como él lo hacía, sino apenas formando una diagonal de aproximadamente veinte grados de inclinación. La excitación de Jacob era magna, mientras que la de su señora era lamentable. En el aire impregnado de aromas propios se advertía la decepción.



Los días pasaban, y con ellos el ciclo menstrual, esto significaba que el deseo carnal de la mujer se apagaría pronto, pero aún era ella una hoja decidida a volar en el mismo sentido que sólo el viento placentero de la piel puede brindar. Jacob debía darse prisa, sin embargo no lo hacía, ya había preferido mentalizarse para que el siguiente mes desapareciera el asco provocador de la insatisfactoria penetración anal.

Yo estaba en una recámara mirando la tele cuando vi un anuncio de condones texturizados, “igual de seguros, pero cosquilludos” según la guapa modelo que aparecía en el comercial. Rápidamente informé a Jacob sobre este nuevo producto que llegaba a la casa a combatir la resignación de mi señor, si él no satisface a su mujer que lo haga el látex.

La segunda cosa que ocurre es que me encuentro en la puerta de la alcoba matrimonial observando desde el hueco de la cerradura cómo la mujer le pone el condón a Jacob, a la par que se prepara para el acto sexual. Se nota que los dos están muy ansiosos por usar este nuevo elemento que introduje en su relación con el objetivo de hacerla más agradable. Al mismo tiempo escribo en mi libreta de apuntes todo lo que veo para que la próxima semana, cuando ya todo esté más tranquilo, les explique a la hora del café, en qué fallaron o en qué acertaron. Con esta finalidad fui contratado, con la finalidad de mejorar su vida amorosa.

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