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miércoles, 24 de marzo de 2010

Sobre el romanticismo y J.G. Fichte

Hay tópicos recurrentes que identifican ciertas líneas de pensamiento o de acción. El romanticismo reúne, entre otras, la libertad o la muerte, pasando por el amor, la patria, lo popular, etcétera. Pero más allá de temas que bien podrían aparecer en otras corrientes artísticas, ¿cuáles son los planteamientos teóricos y las problemáticas contextuales que dieron origen al movimiento romántico?
La segunda pregunta tiene una solución más fácil, al menos en lo relacionado con las letras. Sucedía que El campo literario europeo del Siglo XVIII estaba fuertemente influido por la tendencia clasicista, cuya mayor particularidad fue el uso de las formas clásicas y desarrollo de los tópicos empleados por los poetas griegos o latinos. La literatura que se produjo en este tiempo es identificable por el uso muy riguroso de los metros y la exaltación total de la razón. El romanticismo nació como oposición a esta corriente artística. No es que los escritores románticos hayan rechazado la razón, más bien sucedió que a este elemento le sumaron los sentimientos.
Respecto a la teoría filosófica del romanticismo, Menene Gras Balaguer comentó que es difícil ubicar filósofos cien por ciento románticos. Aunque si se pretende encontrar pensadores que hayan dado pie al romanticismo, sin duda es necesario buscar en el Idealismo de Kant y posteriormente en J.G. Fichte.
Este último se abocó a la formación del género humano, para la cual los artistas no sólo se concentran en el entendimiento o en el corazón, sino en la totalidad. Entonces tenemos que las personas ahora son una imagen del universo. Es decir, el mundo exterior se ubica completamente dentro del hombre en “el interior de la humanidad y en ninguna otra parte. Luego el arte bello conduce al hombre hacia sí mismo y hace que se sienta ahí como en su propia casa. Lo libera de la naturaleza dada y lo pone como ser autónomo y que existe sólo para sí”
Es por demás interesante la noción de naturaleza dada, ya que según el alemán, el artista debe concebir un mundo que no sea dado, más bien que esté dado. Lo anterior implica cierta temporalidad en las cosas que nos rodean y que éstas pueden ser cambiadas si se desea. Asimismo, existe en Fichte el pensamiento de que el mundo tiene dos caras: en una todo se ve limitado y sometido; mientras que en la otra, la de acción ideal, todo es libre y vivo. Naturalmente el poeta, el músico o el pintor prefieren el segundo rostro.
Sobre la libertad Ramón Xirau explicó que en el pensamiento de Fichte se identifica una oposición entre el Yo y el No-yo, donde el Yo es un Yo universal del que se desprenden las conciencias individuales, y con ellas los individuos. Por su parte el No-yo se halla representado por el mundo que impide la ejecución de la libertad. Ésta es la voluntad de la conciencia individual, que únicamente se manifiesta a través de la acción. Hay también una voluntad eterna a la que el individuo aspira idealmente o de la cual es imagen o reflejo. Volvemos otra vez, pues, a la noción de totalidad.
La concepción de individuo sin duda afecta a la visión del mundo exterior porque ahora todo es único y libre, o al menos pretende serlo, y
lo que más coadyuva a la libertad de la imaginación es la individualización de los objetos y la expresión figurada o impropia […] Al representar el género mediante un individuo y presentar un concepto universal en un caso particular, le quitamos a la fantasía las cadenas que le había puesto el entendimiento y le damos plenos poderes para mostrarse creadora.

Por lo tanto, el artista queda obligado a representar el ideal que habita frente a él hasta hacerlo propio, todo esto sin pensar en servir al resto de las personas ya que primero debe servirse a él.
Encontramos en Fichte los fundamentos románticos de ideal, libertad, individuo y naturaleza. Todos indispensables para el quehacer de los artistas pertenecientes al romanticismo, lo que resulta muy curioso porque Fichte, a pesar de su amistad con Goethe, nunca se sintió identificado con esta corriente, incluso se declaró su enemigo. Sin duda esta fue una actitud muy romántica de quien fue uno de los filósofos que más apoyaron al desarrollo del arte romántico.

martes, 16 de febrero de 2010

Sobre el Manifiesto romántico de Víctor Hugo

1827 fue un año de deriva artística en el que los creadores se mantenían polarmente en dos posturas: el clasicismo y el romanticismo. Los unos desacreditaban a los otros mutuamente con puntos sólidos a favor de cada bando. En este contexto Víctor Hugo escribió su Prefacio de Cromwell, en el que expuso muy atinadamente los argumentos de los poetas afines al romanticismo
. El texto propone en su primeras líneas que la humanidad envejece y madura de igual forma como lo hace el hombre. Por lo tanto, la literatura también debe modificarse con el correr de los días. El autor planteó tres fases de la historia de las letras que obedecían al siguiente orden: 1) la oda que vive de lo ideal, 2) la epopeya de lo grandioso y 3) el drama de lo real; cuyos representantes son la biblia, Homero y Shakespeare, respectivamente.
El horizonte creativo de la última etapa es el de la verdad que se opone a la mentira, lo bello a lo grotesco y Dios al individuo. Entonces, al tratar de ver la verdad, el escritor se dará cuenta de que lo bello es acompañado por lo grotesco, y que éste ayuda a realzar la belleza. Es decir, sin la salamandra la ondina no resulta muy maravillosa. La poética que el autor de Los miserables propuso se basa siempre en oposiciones, o como él mismo lo escribió: “en la armonía de los contrarios”. Teniendo claro esto, es fácil decir que Mina Harker no sería tan linda si Drácula no estuviera, o que Edmundo Dantés no nos parecería tan inocente si no existiera el vengativo Conde de Montecristo. Asimismo, escribir lo bello significa ceñirse a un canon restringido de convenciones artísticas, en cambio tratar de plasmar lo feo implica un ejercicio libre y abierto para el poeta, quien no tiene que atarse a ninguna norma estética.
En el caso de la dicotomía Dios-hombre sucede lo mismo; el primero representa lo absoluto, lo total. Mientras que el segundo es lo subjetivo y pasional, lo que en el romanticismo se valora mucho más. En este sentido la pasión con la que se busca alcanzar un ideal es muy notoria. Ya sea que un enamorado pretenda a su amada imposible, un pueblo su libertad, un viejo la juventud, un don nadie el reconocimiento, etcétera.
Sobre las nociones de lugar, tiempo, y acción que tanto se usaban en el teatro francés de la época, Víctor Hugo dijo que sólo la última es válida para la representación artística, ya que las primeras dos no pueden ser posibles porque el espacio teatral no es el mismo que el real. O sea, que si nosotros vemos Romeo y Julieta, estaremos siempre en un recinto y no en las calles de Verona. Algo parecido ocurre con el tiempo, una obra de teatro tiene una duración que nunca será igual a la de los hechos que se cuentan durante la puesta en escena. En cambio, las acciones sí son fieles a la realidad poética que imaginó el escritor.
Fueron estos aspectos los causantes de que El prefacio de Cromwell, sin ser propiamente una declaración de principios estéticos, se convirtió en el manifiesto romántico de los artistas franceses que se apegaban a esta corriente artística.