1827 fue un año de deriva artística en el que los creadores se mantenían polarmente en dos posturas: el clasicismo y el romanticismo. Los unos desacreditaban a los otros mutuamente con puntos sólidos a favor de cada bando. En este contexto Víctor Hugo escribió su Prefacio de Cromwell, en el que expuso muy atinadamente los argumentos de los poetas afines al romanticismo
. El texto propone en su primeras líneas que la humanidad envejece y madura de igual forma como lo hace el hombre. Por lo tanto, la literatura también debe modificarse con el correr de los días. El autor planteó tres fases de la historia de las letras que obedecían al siguiente orden: 1) la oda que vive de lo ideal, 2) la epopeya de lo grandioso y 3) el drama de lo real; cuyos representantes son la biblia, Homero y Shakespeare, respectivamente.
El horizonte creativo de la última etapa es el de la verdad que se opone a la mentira, lo bello a lo grotesco y Dios al individuo. Entonces, al tratar de ver la verdad, el escritor se dará cuenta de que lo bello es acompañado por lo grotesco, y que éste ayuda a realzar la belleza. Es decir, sin la salamandra la ondina no resulta muy maravillosa. La poética que el autor de Los miserables propuso se basa siempre en oposiciones, o como él mismo lo escribió: “en la armonía de los contrarios”. Teniendo claro esto, es fácil decir que Mina Harker no sería tan linda si Drácula no estuviera, o que Edmundo Dantés no nos parecería tan inocente si no existiera el vengativo Conde de Montecristo. Asimismo, escribir lo bello significa ceñirse a un canon restringido de convenciones artísticas, en cambio tratar de plasmar lo feo implica un ejercicio libre y abierto para el poeta, quien no tiene que atarse a ninguna norma estética.
En el caso de la dicotomía Dios-hombre sucede lo mismo; el primero representa lo absoluto, lo total. Mientras que el segundo es lo subjetivo y pasional, lo que en el romanticismo se valora mucho más. En este sentido la pasión con la que se busca alcanzar un ideal es muy notoria. Ya sea que un enamorado pretenda a su amada imposible, un pueblo su libertad, un viejo la juventud, un don nadie el reconocimiento, etcétera.
Sobre las nociones de lugar, tiempo, y acción que tanto se usaban en el teatro francés de la época, Víctor Hugo dijo que sólo la última es válida para la representación artística, ya que las primeras dos no pueden ser posibles porque el espacio teatral no es el mismo que el real. O sea, que si nosotros vemos Romeo y Julieta, estaremos siempre en un recinto y no en las calles de Verona. Algo parecido ocurre con el tiempo, una obra de teatro tiene una duración que nunca será igual a la de los hechos que se cuentan durante la puesta en escena. En cambio, las acciones sí son fieles a la realidad poética que imaginó el escritor.
Fueron estos aspectos los causantes de que El prefacio de Cromwell, sin ser propiamente una declaración de principios estéticos, se convirtió en el manifiesto romántico de los artistas franceses que se apegaban a esta corriente artística.
martes, 16 de febrero de 2010
Sobre el Manifiesto romántico de Víctor Hugo
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